Esa mañana, bajó al pueblo. Vivía con su maestro en una cabaña, en lo alto de un acantilado y el anciano iba a comprar al mercado. Pero ese día le pidió a la chica que fuera ella. Katja tenia 15 años y obedecía sin rechistar. Nunca se planteó otra opción que no fuera la de hacer lo que el viejo le pedía. A cambio, él se encargaba de que ella tuviera todo el aprendizaje que necesitaba para enfrentarse al mundo.
Así Katja caminó hacia el pueblo. Había salido el sol, pero aun hacia frío, y la ropa, hecha a partir de sacos viejos no la protegía de esa temperatura matinal.
Cuando llegó al pueblo se dirigió a la plaza donde se celebraba el mercado. Gentes de regiones cercanas se encontraban para intercambiar bienes, palabras, alguna sonrisa y miles de historias. A medida que Katja se perdía en las calles del pueblo, iba encontrando cada vez mas gente, y notaba que susurraban a su paso:
- Mirad! Es Katja la niña del anciano.
- Que hace aquí?
- Mira como viste. No le daba importancia. Estaba demasiado nerviosa por cumplir el encargo para su maestro.
Ya en el mercado fue llenando la cesta de víveres varios. La gente se apartaba a su paso y evitaban mirarla a la cara. Katja recogió todo lo que necesitaba y volvió a casa. Ya no hacia tanto frío pero la chica tampoco notaba diferencia, el dolor que sentía por la reacción de la gente era superior cualquier otra.
Al llegar a la cabaña, le entregó la cesta al anciano, y este le preguntó:
- Como ha ido?
Le explicó lo sucedido y el maestro respondió:
- Felicidades!
- Por qué, maestro?
- Veras, Katja, esa gente siempre despierta a la misma hora, vive cada día igual que el anterior, y ya olvidaron disfrutar lo bonito que es conocer algo nuevo. Ese orden en el que viven les ha robado el alma. Hoy, tu visita, les ha desordenado. Les ha proporcionado un poco de caos. Les has devuelto un poco de su alma. Katja no sabia que decir ni que pensar.
- Mañana volverás.- dijo el maestro.
- No. No quiero.- contestó ella. Aunque, por primera vez, le había dicho que no a su protector, Katja acabó accediendo a la petición de éste y, al día siguiente volvió al pueblo y volvió a sentir las voces, los susurros, y la incomodidad. Durante 21 días el viejo hizo que la chica fuera al pueblo a pesar de no pasarlo bien. Por 21 días Katja mostró una perseverancia mas digna de una mujer que de una niña.
El día 21, Katja no regresó a casa hasta la puesta de sol. El maestro estaba preocupado, pues nunca se había retrasado. Cuando por fin llegó, la joven pidió perdón al maestro. Este se quedó desconcertado al ver que Katja no parecía afectarle la regañina que le estaba dando. En su cara se podía ver una emoción muy distinta, nunca vista hasta entonces en ella.
Esa mañana había ido al pueblo y, al ir a comprar fruta, unos niños tropezaron con ella. La gente que lo vio se interesó por su estado y eso desencadenó que, en lugar de murmurar empezaran a hablar con ella y la invitaran a comer, y pudiera jugar con otros niños y niñas. Y todos estuvieron mas contentos y alegres.
-Muy bien.- dijo el maestro.- Has realizado lo que te encargué con éxito. Por fin esa gente ha aceptado que los cambios no tienen que ser malos. Lo importante es adaptarse y aprender de ellos. Como te ha pasado a ti.
- A mi?
- Si. El cambio de salir de esta casa e ir al pueblo te daba miedo, y ahora el pueblo también es tu casa. Te has adaptado y has aprendido. Has cambiado. y mírate, eres mas feliz.
Así Katja caminó hacia el pueblo. Había salido el sol, pero aun hacia frío, y la ropa, hecha a partir de sacos viejos no la protegía de esa temperatura matinal.
Cuando llegó al pueblo se dirigió a la plaza donde se celebraba el mercado. Gentes de regiones cercanas se encontraban para intercambiar bienes, palabras, alguna sonrisa y miles de historias. A medida que Katja se perdía en las calles del pueblo, iba encontrando cada vez mas gente, y notaba que susurraban a su paso:
- Mirad! Es Katja la niña del anciano.
- Que hace aquí?
- Mira como viste. No le daba importancia. Estaba demasiado nerviosa por cumplir el encargo para su maestro.
Ya en el mercado fue llenando la cesta de víveres varios. La gente se apartaba a su paso y evitaban mirarla a la cara. Katja recogió todo lo que necesitaba y volvió a casa. Ya no hacia tanto frío pero la chica tampoco notaba diferencia, el dolor que sentía por la reacción de la gente era superior cualquier otra.
Al llegar a la cabaña, le entregó la cesta al anciano, y este le preguntó:
- Como ha ido?
Le explicó lo sucedido y el maestro respondió:
- Felicidades!
- Por qué, maestro?
- Veras, Katja, esa gente siempre despierta a la misma hora, vive cada día igual que el anterior, y ya olvidaron disfrutar lo bonito que es conocer algo nuevo. Ese orden en el que viven les ha robado el alma. Hoy, tu visita, les ha desordenado. Les ha proporcionado un poco de caos. Les has devuelto un poco de su alma. Katja no sabia que decir ni que pensar.
- Mañana volverás.- dijo el maestro.
- No. No quiero.- contestó ella. Aunque, por primera vez, le había dicho que no a su protector, Katja acabó accediendo a la petición de éste y, al día siguiente volvió al pueblo y volvió a sentir las voces, los susurros, y la incomodidad. Durante 21 días el viejo hizo que la chica fuera al pueblo a pesar de no pasarlo bien. Por 21 días Katja mostró una perseverancia mas digna de una mujer que de una niña.
El día 21, Katja no regresó a casa hasta la puesta de sol. El maestro estaba preocupado, pues nunca se había retrasado. Cuando por fin llegó, la joven pidió perdón al maestro. Este se quedó desconcertado al ver que Katja no parecía afectarle la regañina que le estaba dando. En su cara se podía ver una emoción muy distinta, nunca vista hasta entonces en ella.
Esa mañana había ido al pueblo y, al ir a comprar fruta, unos niños tropezaron con ella. La gente que lo vio se interesó por su estado y eso desencadenó que, en lugar de murmurar empezaran a hablar con ella y la invitaran a comer, y pudiera jugar con otros niños y niñas. Y todos estuvieron mas contentos y alegres.
-Muy bien.- dijo el maestro.- Has realizado lo que te encargué con éxito. Por fin esa gente ha aceptado que los cambios no tienen que ser malos. Lo importante es adaptarse y aprender de ellos. Como te ha pasado a ti.
- A mi?
- Si. El cambio de salir de esta casa e ir al pueblo te daba miedo, y ahora el pueblo también es tu casa. Te has adaptado y has aprendido. Has cambiado. y mírate, eres mas feliz.