El reloj marcaba la 3:05 de la madrugada. No era una noche plácida. Había llovido. Los suelos estaban mojados y las hojas servían de alfombra a los trabajadores de la noche y los sin techo.
En esa misma calle, en el numero 22, la calma se respiraba por fin después de una tormenta que nadie vió venir. En el tercer piso, Dolores, una muchacha puertorriqueña que intentaba ganarse la vida fuera de su país, estaba tendida en el suelo con los ojos clavados en la ventana, mirando la luces de neón del local de enfrente, donde tantas veces había bailado hasta salir el sol. Era consciente que no volvería a hacerlo. Que con cada nuevo parpadeo de esas luces rosadas, su vida se acortaba un poco mas.
La noche no había empezado bien, pero nada hacia sospechar ese desenlace. Rick, un irlandés adinerado que buscaba cumplir sus fantasías antes de los 50, y con el que se habían visto 3 o 4 veces por toda la ciudad, se había presentado, empapado en su casa. Dolores le había dejado entrar y le había ofrecido una taza de té para que entrara en calor.
Rick, calado hasta los huesos, y con el nivel de alcohol mas que alto, se había abalanzado sobre Dolores, dejado llevar por su gula sexual. La joven no pudo deshacerse de él y se dejo llevar. Al terminar, Dolores se levantó. Y se fué hacia la cocina. No sin antes mirar a ese hombre, en plena resaca, que dormía en su cama. Los ronquidos se oían desde la cocina donde Dolores, se echó a llorar desconsoladamente. Maldecía su suerte, su vida, a Rick,… Echaba de menos su infancia, su Puerto Rico, su hermano, el sol,… Cogió un cuchillo. Cortó una manzana a pedazos para sacarse el mal sabor que tenia el paladar después de besar al Rick y su aliento a cigarrillos baratos.
Llamaron a la puerta cuando sonaban las campanas de las 3. Aún con lagrimas en los ojos abrió la puerta sin preguntar. Ni tan siquiera se dió cuenta de que Amanda, una rubia adicta al crack y pareja de Rick, tenia una pistola en la mano. Dos balas dejaron a Dolores tumbada en el suelo. Dos mas mataron a Rick. Otro reventó la cabeza de Amanda.
El reloj marcaba las 3:05 de la madrugada, y Dolores clavaba la mirada en las luces de neón rosado del local de enfrente. Donde tantas veces había bailado hasta el amanecer. Donde tantas veces había sido feliz. Donde ya no volvería.
En esa misma calle, en el numero 22, la calma se respiraba por fin después de una tormenta que nadie vió venir. En el tercer piso, Dolores, una muchacha puertorriqueña que intentaba ganarse la vida fuera de su país, estaba tendida en el suelo con los ojos clavados en la ventana, mirando la luces de neón del local de enfrente, donde tantas veces había bailado hasta salir el sol. Era consciente que no volvería a hacerlo. Que con cada nuevo parpadeo de esas luces rosadas, su vida se acortaba un poco mas.
La noche no había empezado bien, pero nada hacia sospechar ese desenlace. Rick, un irlandés adinerado que buscaba cumplir sus fantasías antes de los 50, y con el que se habían visto 3 o 4 veces por toda la ciudad, se había presentado, empapado en su casa. Dolores le había dejado entrar y le había ofrecido una taza de té para que entrara en calor.
Rick, calado hasta los huesos, y con el nivel de alcohol mas que alto, se había abalanzado sobre Dolores, dejado llevar por su gula sexual. La joven no pudo deshacerse de él y se dejo llevar. Al terminar, Dolores se levantó. Y se fué hacia la cocina. No sin antes mirar a ese hombre, en plena resaca, que dormía en su cama. Los ronquidos se oían desde la cocina donde Dolores, se echó a llorar desconsoladamente. Maldecía su suerte, su vida, a Rick,… Echaba de menos su infancia, su Puerto Rico, su hermano, el sol,… Cogió un cuchillo. Cortó una manzana a pedazos para sacarse el mal sabor que tenia el paladar después de besar al Rick y su aliento a cigarrillos baratos.
Llamaron a la puerta cuando sonaban las campanas de las 3. Aún con lagrimas en los ojos abrió la puerta sin preguntar. Ni tan siquiera se dió cuenta de que Amanda, una rubia adicta al crack y pareja de Rick, tenia una pistola en la mano. Dos balas dejaron a Dolores tumbada en el suelo. Dos mas mataron a Rick. Otro reventó la cabeza de Amanda.
El reloj marcaba las 3:05 de la madrugada, y Dolores clavaba la mirada en las luces de neón rosado del local de enfrente. Donde tantas veces había bailado hasta el amanecer. Donde tantas veces había sido feliz. Donde ya no volvería.