-Pasen! Pasen! Pasen y vean!
Así daba la bienvenida el maestro de ceremonias de ese circo cuando llegaba a la ciudad. Se hacia llamar Brody, y formaba parte de esa gran familia circense desde que era niño. No había conocido otra vida y tampoco quería una diferente.
60 años a sus espaldas dando varias vueltas al mundo, en tren, autocar, o barco,… Tantos viajes, tantos recuerdos, tanta gente que iba y venia, que se quedaba un tiempo o marchaba tras el espectáculo.
Lo que para unos era una mera diversión de tarde de domingo para Brody era su pasión, su vida. Estar en el circulo central, debajo de la gran carpa azul y blanca, le hacia sentir en casa. Seguro. Confiado. Era su hogar.
Para muchos podía parecer algo loco estar arriba y abajo, de una ciudad a otra, sin dirección fija,… Tener una vida así a muchos les parecía demente. Para Brody y su familia ambulante era la gloria.
Recordaba con cariño a Helga una mujer forzuda que levantaba sin esfuerzo piedras de decenas de kilos. A Travis y Sonja, una pareja de acróbatas que hacían que el publico soltara Oh’s i Ah’s con cada salto mortal en el aire. Denis, un equilibrista francés que, aunque era algo pesado si te daba conversación, cuando se subía a la cuerda floja impresionaba a todo el mundo, o los Hermanos Casone, los payasos que nunca pueden faltar en un circo, y que hacen reír aunque ellos se lleven a matar en su día a día…. Decenas de artistas y técnicos y su mejor amigo, Pepo, un enano cabezón, con el que iban a dormir a las tantas de la madrugada jugando a las cartas. Para el resto, vivía en un ambiente raro pero, para el, esa era su familia.
Brody lo tenia claro: si tenia que escoger una vida, había escogido la mejor.
Pero el tiempo había pasado y Brody se sentía cansado. Quería reposo. Quería descansar. Abandono el circo y se instalo en una pequeña caravana en un pueblo cercano al mar. Quería ver el sol salir y ponerse cada día hasta que llegara el momento de partir. Y así lo hizo. El había vivido como había querido, dando la bienvenida a quien quiso, haciendo feliz a quien creyó necesario, compartiendo con quien le apetecía. Ahora tocaba desmontar su carpa y dejar otra nueva aventura atrás. Sin pena, sin remordimientos. Un final sin aplausos, sin risas, sin que nadie pasara, sin que nadie viera.
Así daba la bienvenida el maestro de ceremonias de ese circo cuando llegaba a la ciudad. Se hacia llamar Brody, y formaba parte de esa gran familia circense desde que era niño. No había conocido otra vida y tampoco quería una diferente.
60 años a sus espaldas dando varias vueltas al mundo, en tren, autocar, o barco,… Tantos viajes, tantos recuerdos, tanta gente que iba y venia, que se quedaba un tiempo o marchaba tras el espectáculo.
Lo que para unos era una mera diversión de tarde de domingo para Brody era su pasión, su vida. Estar en el circulo central, debajo de la gran carpa azul y blanca, le hacia sentir en casa. Seguro. Confiado. Era su hogar.
Para muchos podía parecer algo loco estar arriba y abajo, de una ciudad a otra, sin dirección fija,… Tener una vida así a muchos les parecía demente. Para Brody y su familia ambulante era la gloria.
Recordaba con cariño a Helga una mujer forzuda que levantaba sin esfuerzo piedras de decenas de kilos. A Travis y Sonja, una pareja de acróbatas que hacían que el publico soltara Oh’s i Ah’s con cada salto mortal en el aire. Denis, un equilibrista francés que, aunque era algo pesado si te daba conversación, cuando se subía a la cuerda floja impresionaba a todo el mundo, o los Hermanos Casone, los payasos que nunca pueden faltar en un circo, y que hacen reír aunque ellos se lleven a matar en su día a día…. Decenas de artistas y técnicos y su mejor amigo, Pepo, un enano cabezón, con el que iban a dormir a las tantas de la madrugada jugando a las cartas. Para el resto, vivía en un ambiente raro pero, para el, esa era su familia.
Brody lo tenia claro: si tenia que escoger una vida, había escogido la mejor.
Pero el tiempo había pasado y Brody se sentía cansado. Quería reposo. Quería descansar. Abandono el circo y se instalo en una pequeña caravana en un pueblo cercano al mar. Quería ver el sol salir y ponerse cada día hasta que llegara el momento de partir. Y así lo hizo. El había vivido como había querido, dando la bienvenida a quien quiso, haciendo feliz a quien creyó necesario, compartiendo con quien le apetecía. Ahora tocaba desmontar su carpa y dejar otra nueva aventura atrás. Sin pena, sin remordimientos. Un final sin aplausos, sin risas, sin que nadie pasara, sin que nadie viera.