Una nueva vida… Que bien sonaban esas palabras. Una nueva vida, se repetía. No sabia lo que iba a suceder pero estaba entusiasmado por la idea. Tras años ganando un buen sueldo, exprimiendo su talento para identificar el sexo de los pollos, iba a dejar ese trabajo, agarraría sus cosas y se iría a vivir a la ciudad.
No podía evitar sentir nerviosismo por la decisión tomada, pero eso no iba a impedir dejar todo lo conocido atrás y aventurarse en una experiencia que, seguramente, le cambiaria para siempre. Ni la amenaza de su pareja le pudo frenar. No dudó en cortar esa relación que lo anclaba a una falsa seguridad.
Llegó a la estación con tanta antelación que pudo recordar con nostalgia muchos momentos de su vida. Algunos tristes, otros felices, muchos que olvidaría en breve y otros imborrables ya.
Al fin el tren llegó. Subió, encontró su asiento y se quedó dormido. Los nervios y la anticipación no le habían permitido dormir ni descansar bien desde hacia días.
La voz de la megafonía del tren, avisando de la proximidad del destino final, le despertó. Justo a tiempo para observar la luz de la ciudad bajo una manta de estrellas.
La emoción inundaba cada parte de su ser. Desde la punta de los dedos que se estiraban en sus zapatos, hasta sus ojos llorosos por esa mezcla de nostalgia, incertidumbre, y deseo.
El tren llegó a la estación de destino. Había llegado a su nuevo hogar. a modo de presentación caminó hasta su nueva residencia. Una primera toma de contacto en la que pudo sentir el palpitar de la urbe, los olores de los callejones, el sonido de la noche. Pudo ver a gente que no aprecia valorar lo que él había ansiado vivir durante tanto tiempo. Fue una primera experiencia bonita. Una primera vez que no olvidaría.
Llegó al apartamento que había alquilado y, sin deshacer el equipaje miró por la ventana, antes de acostar-se. Se sentía cansado pero se sentía bien. Durmió como un bebé, con esa inocencia de sentirse en casa por primera vez, de sentir un calor nuevo,…
Al día siguiente, al despertar, rápidamente puso los pies en el suelo y volvió a mirar el paisaje.
Que bonito amanecer. Que bonita sensación para empezar el primer día. El primer día de su nueva vida.
No podía evitar sentir nerviosismo por la decisión tomada, pero eso no iba a impedir dejar todo lo conocido atrás y aventurarse en una experiencia que, seguramente, le cambiaria para siempre. Ni la amenaza de su pareja le pudo frenar. No dudó en cortar esa relación que lo anclaba a una falsa seguridad.
Llegó a la estación con tanta antelación que pudo recordar con nostalgia muchos momentos de su vida. Algunos tristes, otros felices, muchos que olvidaría en breve y otros imborrables ya.
Al fin el tren llegó. Subió, encontró su asiento y se quedó dormido. Los nervios y la anticipación no le habían permitido dormir ni descansar bien desde hacia días.
La voz de la megafonía del tren, avisando de la proximidad del destino final, le despertó. Justo a tiempo para observar la luz de la ciudad bajo una manta de estrellas.
La emoción inundaba cada parte de su ser. Desde la punta de los dedos que se estiraban en sus zapatos, hasta sus ojos llorosos por esa mezcla de nostalgia, incertidumbre, y deseo.
El tren llegó a la estación de destino. Había llegado a su nuevo hogar. a modo de presentación caminó hasta su nueva residencia. Una primera toma de contacto en la que pudo sentir el palpitar de la urbe, los olores de los callejones, el sonido de la noche. Pudo ver a gente que no aprecia valorar lo que él había ansiado vivir durante tanto tiempo. Fue una primera experiencia bonita. Una primera vez que no olvidaría.
Llegó al apartamento que había alquilado y, sin deshacer el equipaje miró por la ventana, antes de acostar-se. Se sentía cansado pero se sentía bien. Durmió como un bebé, con esa inocencia de sentirse en casa por primera vez, de sentir un calor nuevo,…
Al día siguiente, al despertar, rápidamente puso los pies en el suelo y volvió a mirar el paisaje.
Que bonito amanecer. Que bonita sensación para empezar el primer día. El primer día de su nueva vida.