Podía ser un día largo o breve. Bueno o malo. Pesado o llevadero. Pero iba a ser otro día vivido.
Se despertó. Bostezó y se estiró como si fuera un gato perezoso. Como cada día volvió a aprender a andar de camino al cuarto de baño, donde entró en contacto con su lado mas primario.
Miró por la ventana mientras se vestía para ir al trabajo. Vio gente que amenizaba la rutina matutina con gritos, colgando ropa interior en el balcón y una pareja ya entrados en los cuarenta mostrando su amor con besos de adolescente.
Se preparó un desayuno potente, para aguantar hasta el mediodía. Cogió lo esencial, nada sobraba, y cerró la puerta del piso con ganas de no hacerlo.
Lidió con esa vecina que siempre quería hablar del tiempo. “Hay un invento llamado televisor y otro que se llama radio” pensaba él cada día, con ganas de mandarla a paseo.
Caminó, medio cegado por el sol, hasta la parada del autobús. Llegó el que le iba a llevar al trabajo y se sintió como un animal de camino al matadero, junto a mas personas que parecían estar en coma mirando las pantallas de sus teléfonos, solo levantando la cabeza para pedir mas espacio de mala gana
Pasó la jornada laboral en su cubículo, hablando con desconocidos que le trataban como si fueran viejos conocidos, deseando salir de ahí y volver a entrar por la puerta de su piso, la que había cerrado con tan pocas ganas.
Tuvo que soportar a clientes, compañeros de trabajo pesados, jefes y jefas que andaban con aires de superioridad, como si hubieran descubierto la cura contra el cáncer, pero que solo sabían como meter mas presión con vaselina.
Al fin llegó el final de la jornada y salió por la puerta de esa prisión donde le pagaban un sueldo, con la rapidez de una gacela y evitó a cualquier otro ser humano con unos reflejos felinos.
Llegó por fin a su hogar y cerró esa puerta desde el otro lado al mismo tiempo que suspiró por estar a salvo de cualquier ser o situación incomoda y desagradable.
Era feliz en su casa, era feliz mirando por la ventana, era feliz sabiendo que había un mundo ahí fuera. Un mundo del que podía escapar y esconderse.
Sabia que al día siguiente tendría que volver a hacerlo, pero le daba igual. Sabia que, al final del día, daría las gracias por poder escapar otra vez.
Porque podía ser un día largo o corto. Bueno o malo. Pesado o llevadero. Pero iba a ser otro día vivido.
edit.
Se despertó. Bostezó y se estiró como si fuera un gato perezoso. Como cada día volvió a aprender a andar de camino al cuarto de baño, donde entró en contacto con su lado mas primario.
Miró por la ventana mientras se vestía para ir al trabajo. Vio gente que amenizaba la rutina matutina con gritos, colgando ropa interior en el balcón y una pareja ya entrados en los cuarenta mostrando su amor con besos de adolescente.
Se preparó un desayuno potente, para aguantar hasta el mediodía. Cogió lo esencial, nada sobraba, y cerró la puerta del piso con ganas de no hacerlo.
Lidió con esa vecina que siempre quería hablar del tiempo. “Hay un invento llamado televisor y otro que se llama radio” pensaba él cada día, con ganas de mandarla a paseo.
Caminó, medio cegado por el sol, hasta la parada del autobús. Llegó el que le iba a llevar al trabajo y se sintió como un animal de camino al matadero, junto a mas personas que parecían estar en coma mirando las pantallas de sus teléfonos, solo levantando la cabeza para pedir mas espacio de mala gana
Pasó la jornada laboral en su cubículo, hablando con desconocidos que le trataban como si fueran viejos conocidos, deseando salir de ahí y volver a entrar por la puerta de su piso, la que había cerrado con tan pocas ganas.
Tuvo que soportar a clientes, compañeros de trabajo pesados, jefes y jefas que andaban con aires de superioridad, como si hubieran descubierto la cura contra el cáncer, pero que solo sabían como meter mas presión con vaselina.
Al fin llegó el final de la jornada y salió por la puerta de esa prisión donde le pagaban un sueldo, con la rapidez de una gacela y evitó a cualquier otro ser humano con unos reflejos felinos.
Llegó por fin a su hogar y cerró esa puerta desde el otro lado al mismo tiempo que suspiró por estar a salvo de cualquier ser o situación incomoda y desagradable.
Era feliz en su casa, era feliz mirando por la ventana, era feliz sabiendo que había un mundo ahí fuera. Un mundo del que podía escapar y esconderse.
Sabia que al día siguiente tendría que volver a hacerlo, pero le daba igual. Sabia que, al final del día, daría las gracias por poder escapar otra vez.
Porque podía ser un día largo o corto. Bueno o malo. Pesado o llevadero. Pero iba a ser otro día vivido.
edit.